miércoles, 11 de febrero de 2009
Escasez de palabras
Últimamente las palabras escasean y las pocas que se animan a salir se pierden entre insulsas historias a las que no consigo dar color, como si solo supiese escribir letras en blanco y negro.
Pero, ¿qué hay del resto?, ¿dónde están esas otras palabras que antes animaban a salir a las mías más tímidas?
Entonces recordé algo que me dijo alguien alguna vez: cuando no encuentres palabras, búscalas en los libros. Y eso hice, leer, hasta que salieron.
“Eso es la escritura: el esfuerzo de trascender la individualidad y la miseria humana, el ansia de unirnos con los demás en un todo, el afán de sobreponernos a la oscuridad, al dolor, al caos y a la muerte”.
Sacada de contexto la frase de Rosa Montero quizá suena algo fuerte; pero conserva la esencia máxima de estas palabras: tender un hilito de luz con el que agarrarme a quien lo lea.
A falta de palabras, historias en el cine, como la de Ben, que me recordó la de Silvia. Y ambas, que en dos horas una historia bonita quita el mal sabor de boca de la escasez de palabras.
viernes, 30 de enero de 2009
Maestros de la supervivencia
Eso lo dejo para otro día; lo de la Cumbre, digo. Después de todo aquél jaleo ahora la rutina reposa en el fondo del vaso. Los días pasan y son las pequeñas cosas las que toman el protagonismo. La ciudad marca su ritmo y me adapto como puedo, a veces a trompicones.
Descubrir una nueva ciudad, empezar a vivir fuera de casa sabiendo que la cosa va para largo, que esto es más que unas vacaciones, que es más que pensar qué puedo cenar hoy, que es más complicado que hacer la compra para un fin de semana cuando de chaval te quedabas solo en casa…
Por eso me acuerdo tanto de vosotros últimamente. Vosotros que me disteis un cursillo avanzado de supervivencia, de independencia, de irresponsabilidad responsable. Aprendí a intentar vivir solo.
Aunque solo, solo; no vives. Ahí reside la gracia de compartir piso, esa artesanía de las relaciones humanas: compartir espacio con gente que no conoces. Hay muchas situaciones en la vida en las que te enfrentas a la proximidad con los desconocidos: codo con codo y a oscuras compartiendo el apoya brazos de la butaca en el cine; con la compañía circunstancial en los baños públicos…
Y ahora con los compañeros de piso a los que hay un primer contacto en el que aún no sabes que te acabarás conociendo. Todo es incertidumbre. ¿Habrá buen rollo? ¿hay turnos de limpieza? ¿Tendré suficiente espacio en el frigo? ¿Estarán flipaos con padre de familia? ¿Tiene collar ese gato que va de puerta en puerta corriendo por el pasillo?
Este piso de la calle Valdivia tiene cosas de aquellos vuestros que conocí. El culo se te hunde en el sofá, el congelador está lleno de los tuper que las respectivas madres preparan para asegurarse de la supervivencia de sus criaturas y no está del todo claro quién es el último al que le tocaba limpiar el lavabo.
A veces entro en casa y siento que estoy entrando en el recuerdo que compartimos, que voy al piso de Ángel a comer o a seguir con algún trabajo, que después nos vamos a vuestro piso para ver con la peña de Batallas 4 un partido de esa selección a la que hemos hecho parecer buena y que gracias a nosotros está donde está (no hay más que ver dónde empezamos y dónde hemos terminado).
Esa cama con la colcha echada por encima para que parezca que la has hecho, esas fritangas, las cenas a base de bollos, el pan bimbo por todos lados... pero aquí no hay consola, ni “el sombras”, ni vecina que estudia todo el día y que rechaza toda invitación gastronómica; no tengo a nadie cerca preparando oposiciones para bombero, de hecho todos tienen un estado físico algo descuidado. Y, sin embargo, siento que me estoy inmiscuyendo en lo que era vuestro; que ahora vosotros volvéis a casa como hijos pródigos que regresan tras el periplo de la universidad y que yo salgo del caparazón con la torpeza del que da sus primeros pedales sin los ruedines de apoyo en la rueda trasera de la bici.
miércoles, 21 de enero de 2009
Al girar la esquina
Cuando llegas a una ciudad nueva todas las esquinas tienen algo escondido, en todos los giros de calles hay algo por descubrir. Son lugares por los que pasarás cientos de veces, pero en ese primer momento conservan el suspense de lo desconocido.
La primera vez que cruzas el paso de cebra frente al lugar en el que vas a vivir te sientes inseguro, como si fueses a tropezar solo en una calle que sentirás como tuya en apenas unos días. Pero en ese momento aún no lo sabes. En ese instante crees que no sobrevivirás a la próxima esquina.
Qué curiosas que son las casualidades que conectan la Historia con las historias. Mientras Obama amanecía por primera vez en la Casa Blanca, yo estrenaba mis despertares en Zamora. Mientras el mundo entero esperaba atento a que el nuevo líder empezase a arreglar el desaguisado de su antecesor, yo me iba a una rueda de prensa del PSOE provincial.
Pero estos días la cosa está movidita por Zamora. Para recibirme, Zapatero ha tenido a bien convocar aquí la cumbre hispano-lusa que se celebra mañana y para la que también vienen a verme el primer ministro portugués, Sócrates, y doce ministros de cada país. Pero eso para otro día.